domingo, 25 de marzo de 2012

La tostadora valiente (The Brave Little Toaster, 1987)



¿Os habéis preguntado qué ocurre con los proyectos desechados por las grandes productoras? A menudo se guardan en el trastero, ya sean guiones, diseños o material filmado, y en otros casos se terminan vendiendo a productoras de menor calibre, necesitadas de algo vendible en las ligas menores. Este es el caso de La tostadora valiente (The Brave Little Toaster, 1987). Resulta interesante descubrir que en la red algunos se preguntan el motivo de que este título no figure en el catálogo Disney, mientras otros se burlan alegando que la productora nunca haría algo así, siendo un proyecto totalmente ajeno que únicamente distribuyen. Pues bien, ambos se equivocan y al mismo tiempo tienen parte de razón. Los derechos cinematográficos de esta pequeña novela escrita por Thomas M. Disch fueron comprados por los estudios Disney en 1982, dos años después de su aparición en prensa. John Lasseter (posterior fundador de la Pixar Animation), entre otros y por entonces creativo en la Disney, decidió hacerse cargo del proyecto, pero todo su entusiasmo y trabajo se topó con la negativa de los principales ejecutivos. La película fue rechazada debido a los costes que supondría su realización (pretendían emplear una novedosa técnica que mezclara animación con fondos creados por ordenador) y una concepción equívoca según ellos, con objetos inanimados como protagonistas (paradójicamente, cuatro años antes del estreno de La bella y la bestia). Cancelaron el proyecto, menospreciaron toda idea de Lasseter (mandándole a su casa) y cedieron el proyecto a la productora Hyperion, propiedad de antiguos empleados de la factoría. Menuda vista la de estos señores, rechazando el germen del futuro y triunfal universo Pixar y una de sus franquicias más rentables, Toy Story.


Por tanto estamos ante una película pequeña, de bajo presupuesto. Tan bajo que la Hyperion necesitó apoyo de productoras taiwanesas y japonesas para cerrar la producción. La precipitación y mescolanza de estilos se nota, sus diseños y fondos van desde la exquisitez más absoluta, como el trazo de los protagonistas (sobre todo "Radio", el flexor "Lampy" y la mantita Blanky") al "apañado" y descuidado cuerpo de algunos personajes secundarios (como los aparatos que aparecen enclaustrados en un taller eléctrico). No es de extrañar, sólo con leer el rodillo final de los créditos veremos que los responsables de muchos diseños son importantes creativos y artistas de la Disney como Kirk Wise, Chris Wahl, John Norton o Kevin Lima. Imagínense, menuda labor de orfebrería tuvo que desempeñar su director Jerry Rees, poco antes de ser definitivamente relegado por los jefazos con el fracaso de su siguiente película, Ella siempre dice sí (The Marrying Man, 1991). Igualmente el proyecto se convirtió por necesidad en musical. Las pocas canciones compuestas por Van Dyke Parks están bien, pero se desarrollan sin mucha fluidez, destacando como mítica rareza el último tema titulado Worthless ("Inútil"), existencial aproximación a la idea de la muerte para los más pequeños. Dentro de este género patina un poco, incluso en una secuencia, la de los animales en el bosque, con la que pretendían emular sin fortuna los números musicales al uso, aunque con cierto tono de parodia y apoyando la ejemplar banda sonora de David Newman, melancólica y naturalista, uno de los mayores aciertos del film. 


A pesar de semejantes desventajas fruto de su escasa producción y vaivén de artistas, el resultado es notable. El guión sale airoso en muchos aspectos. El perfil psicológico de sus personajes juega con matices muy apropiados consiguiendo que algunos de ellos, como "Radio" o "Lampy", resulten siempre divertidos y complejos. El relato se divide en tres partes muy diferenciadas. La primera, que se desarrolla en el interior de una cabaña abandonada, es brillante, muy elaborada, sugerente y cargada de emoción. Posteriormente, una vez que salen al exterior, entran en contacto con la naturaleza y asistimos a la característica "road movie" infantil con reflexiones sobre la amistad y el sacrificio, capítulo que viene a desembocar en un desenlace más oscuro, que acontece en la gran ciudad y nos habla sobre el consumismo y la demanda de necesidades autoimpuestas. Sobra decir, que muchos elementos de la película ideados por John Lasseter influirían en la saga Toy Story. Vale que identifiquemos a "Lampy" con el "Luxo Jr." de la Pixar (corto realizado en ese momento), pero es que cada entrega de la franquicia bebe de esta pequeña película. El dueño de los electrodomésticos es idéntico (psicológicamente) a Andy, el dueño de Woody y compañía, siempre cuidadoso e interesado en sus posesiones y en edad universitaria, como éste en la tercera parte, secuela para la que tomarían igualmente una secuencia en la trituradora de basura. La secuencia del taller eléctrico tiene misma estructura que aquella de la primera parte en la que los juguetes huían de su sádico vecino, y estos personajes inanimados que demuestran de qué "madera" están hechos durante la aventura mucho tienen que ver con los juguetes de la saga, incluso en la necesidad de estar con su legítimo dueño, con sus recuerdos a modo de flashback y sus pesadillas (muy sugerente la del payaso que persigue a la tostadora mientras una oscura humareda secuestra a su amigo). Sólo quedaba añadir algunos elementos del especial navideño The Christmas Toy que Jim Henson produjo en 1986 y Lasseter, siempre inteligente y sincrético daría con la fórmula.


Quienes se criaron con esta pequeña joya, al igual que los estudiosos del cine de animación, no dudan de su influencia en posteriores trabajos. Muchos adoran esta película que con el paso de los años ha adquirido mayor relevancia, llegando incluso a tener las típicas y prescindibles secuelas destinadas al formato doméstico, The Brave Little Toaster to the Rescue (1997) y The Brave Little Toaster Goes to Mars (1998). Por otra parte, quienes opinen que "una tostadora no habla" o consideren imprescindible el barroquismo hiperrealista de la animación actual podrían decepcionarse, pensando en lo que pudo ser y nunca en lo que podría aportarnos una obra tan sincera y humilde.

sábado, 10 de marzo de 2012

Enredados (Tangled, 2010)




Lo mejor de que Pixar Animation se convirtiera en empresa subsidiaria de Disney en 2006 resultó ser, sin lugar a dudas, la incorporación de su socio fundador John Lasseter a la plantilla creativa del gigante de Burbank. Desde el rotundo fracaso de Zafarrancho en el rancho (Home on the Range, 2004), la productora había expresado su deseo de abandonar la animación artesanal para dedicarse por completo al 3D y competir de ese modo en igualdad de oportunidades. Desde entonces, su nivel artístico y técnico quedaba en entredicho con cada película, siempre inferior a lo ofertado por las demás productoras de animación. Menos mal que con la llegada del citado Lasseter y la importancia que adquirió su criterio tras un acuerdo de 7400 millones de dólares, dejaron de entrometerse los directivos en la producción de largometrajes dejando que los artistas recuperaran la libertad creativa necesaria para desempeñar su trabajo. De esa manera, la producción ejecutiva de Lasseter enriquecíó propuestas en 3D como Bolt (2008), de imagen real como Encantada (Enchanted, 2007) y el esperado regreso a la animación artesanal con Tiana y el Sapo (The Princess and the Frog, 2009), todas ellas buenas películas con identidad propia. No obstante, aún quedaba un último reto, el que confirmaría que la tan comercializada magia disney podría sobrevivir a las nuevas tecnologías, un cuento de hadas hecho con infografía. El proyecto escogido, largamente acariciado durante años, se titularía Enredados (Tangled, 2010) y adaptaría un cuento de hadas de los hermanos Grimm, el conocido relato sobre Rapunzel y su larga trenza.


Como era de esperar, la historia original se adapta y suaviza. Tan sólo partiendo de los principales elementos del cuento, el encierro en vida de la princesa y su larga melena, se confecciona una película sobre la autosuficiencia, las ansias de libertad, el chantaje emocional fruto de la egoísta sobreprotección, y sobre todo, el amor, ya sea a uno mismo o a quienes enriquecen nuestra identidad. La joven princesa es resuelta, polifacética y creativa. En el momento en que saborea la ansiada libertad roza una hiperactividad emocional y crisis de identidad de lo más divertida, diferentes estados emocionales narrados con brillantes elipsis narrativas. Por el contrario, el personaje masculino nos remite al clásico estereotipo masculino que figura en muchos títulos de la productora, desde Aladdin (1992) a Tiana y el sapo (The Princess and the Frog, 2009), siempre con raíces en el Golfo de La dama y el vagabundo (Lady and the Tramp, 1955) y la dosis justa de estúpida fanfarronería. Pero quién se lleva la palma en su elaboración psicológica (como siempre) es la malvada. Gothel es probablemente el personaje más retorcido que puedan encontrarse los pequeños en una película familiar, ya que ella alcanza su objetivo empleando la manipulación psicológica, edificándola sobre el amor y ternura manifiesta en su papel de madre. Lo único que no puede evitar es su igualmente retorcido sentido del humor, que mina constantemente la autoestima de la princesa y acompaña su imposición del miedo a lo ajeno.


El guión es perfecto, sin fisuras, una máquina de relojería deudora de estructuras narrativas del período más fructífero de la compañía, de los noventa. No obstante, estamos ante un musical en el más estricto sentido de la palabra, compuesto por Alan Menken y basado en las comedias románticas de Howard ashman. Un musical de confección clásica, que enlaza las canciones melódicas de la protagonista con temas recitados por la maléfica Gothel, como manda la tradición aunque estos últimos despierten rechazo en los detractores del género musical. Así mismo, leyendo entre líneas advertimos una Road Movie con pinceladas de humor absurdo, con impagables apariciones de un caballo con alma de sabueso, un perspicaz camaleón y un erotizado anciano en pañales (sí, hablo en serio). Y eso no es todo, el clímax final está resuelto con elegancia y el trasfondo no deja de albergar cuestiones esenciales de nuestra naturaleza, tales como la necesidad de afrontar los miedos personales, aceptar la existencia de la muerte y reinventarnos en una inevitable deconstrucción que renueve valores e imponga el sacrificio final, eso sí, siempre por amor.


Solo queda enumerar elementos fantásticos atribuidos al McGuffin, su sofisticación técnica e influencias medievales para que os hagáis a la idea del tamaño alcanzado por esta pequeña producción disney, enumerada en la nomenclatura comercial como clásico número cincuenta. La única pega posible es que muchas personas dudaran en entrar a la sala pensando que estaban ante otro "quiero y no puedo" cuando estaban ante un sentido epitafio a los cuentos de hadas, con permiso de Kevin Lima y su película Encantada: La historia de Giselle (Enchanted, 2007), complementaria de la que nos ocupa e igualmente compleja. Mientras tanto, esperamos un nuevo giro. Demostrada la eficacia del equipo, esperemos que los manden en canoa por los rápidos para que nos demuestren de lo que son capaces, siempre que no se entrometa un directivo cuyo conocimiento del cine podría competir en pocas ocasiones con la imaginación y creatividad de cualquier dibujante.

La Pandilla (Newsies, 1992)

Allá por 1992 la intocable factoría Disney estrena su producción "La Pandilla" metiéndose un batacazo a la altura del mismísimo &q...