sábado, 10 de marzo de 2012

Enredados (Tangled, 2010)




Lo mejor de que Pixar Animation se convirtiera en empresa subsidiaria de Disney en 2006 resultó ser, sin lugar a dudas, la incorporación de su socio fundador John Lasseter a la plantilla creativa del gigante de Burbank. Desde el rotundo fracaso de Zafarrancho en el rancho (Home on the Range, 2004), la productora había expresado su deseo de abandonar la animación artesanal para dedicarse por completo al 3D y competir de ese modo en igualdad de oportunidades. Desde entonces, su nivel artístico y técnico quedaba en entredicho con cada película, siempre inferior a lo ofertado por las demás productoras de animación. Menos mal que con la llegada del citado Lasseter y la importancia que adquirió su criterio tras un acuerdo de 7400 millones de dólares, dejaron de entrometerse los directivos en la producción de largometrajes dejando que los artistas recuperaran la libertad creativa necesaria para desempeñar su trabajo. De esa manera, la producción ejecutiva de Lasseter enriquecíó propuestas en 3D como Bolt (2008), de imagen real como Encantada (Enchanted, 2007) y el esperado regreso a la animación artesanal con Tiana y el Sapo (The Princess and the Frog, 2009), todas ellas buenas películas con identidad propia. No obstante, aún quedaba un último reto, el que confirmaría que la tan comercializada magia disney podría sobrevivir a las nuevas tecnologías, un cuento de hadas hecho con infografía. El proyecto escogido, largamente acariciado durante años, se titularía Enredados (Tangled, 2010) y adaptaría un cuento de hadas de los hermanos Grimm, el conocido relato sobre Rapunzel y su larga trenza.


Como era de esperar, la historia original se adapta y suaviza. Tan sólo partiendo de los principales elementos del cuento, el encierro en vida de la princesa y su larga melena, se confecciona una película sobre la autosuficiencia, las ansias de libertad, el chantaje emocional fruto de la egoísta sobreprotección, y sobre todo, el amor, ya sea a uno mismo o a quienes enriquecen nuestra identidad. La joven princesa es resuelta, polifacética y creativa. En el momento en que saborea la ansiada libertad roza una hiperactividad emocional y crisis de identidad de lo más divertida, diferentes estados emocionales narrados con brillantes elipsis narrativas. Por el contrario, el personaje masculino nos remite al clásico estereotipo masculino que figura en muchos títulos de la productora, desde Aladdin (1992) a Tiana y el sapo (The Princess and the Frog, 2009), siempre con raíces en el Golfo de La dama y el vagabundo (Lady and the Tramp, 1955) y la dosis justa de estúpida fanfarronería. Pero quién se lleva la palma en su elaboración psicológica (como siempre) es la malvada. Gothel es probablemente el personaje más retorcido que puedan encontrarse los pequeños en una película familiar, ya que ella alcanza su objetivo empleando la manipulación psicológica, edificándola sobre el amor y ternura manifiesta en su papel de madre. Lo único que no puede evitar es su igualmente retorcido sentido del humor, que mina constantemente la autoestima de la princesa y acompaña su imposición del miedo a lo ajeno.


El guión es perfecto, sin fisuras, una máquina de relojería deudora de estructuras narrativas del período más fructífero de la compañía, de los noventa. No obstante, estamos ante un musical en el más estricto sentido de la palabra, compuesto por Alan Menken y basado en las comedias románticas de Howard ashman. Un musical de confección clásica, que enlaza las canciones melódicas de la protagonista con temas recitados por la maléfica Gothel, como manda la tradición aunque estos últimos despierten rechazo en los detractores del género musical. Así mismo, leyendo entre líneas advertimos una Road Movie con pinceladas de humor absurdo, con impagables apariciones de un caballo con alma de sabueso, un perspicaz camaleón y un erotizado anciano en pañales (sí, hablo en serio). Y eso no es todo, el clímax final está resuelto con elegancia y el trasfondo no deja de albergar cuestiones esenciales de nuestra naturaleza, tales como la necesidad de afrontar los miedos personales, aceptar la existencia de la muerte y reinventarnos en una inevitable deconstrucción que renueve valores e imponga el sacrificio final, eso sí, siempre por amor.


Solo queda enumerar elementos fantásticos atribuidos al McGuffin, su sofisticación técnica e influencias medievales para que os hagáis a la idea del tamaño alcanzado por esta pequeña producción disney, enumerada en la nomenclatura comercial como clásico número cincuenta. La única pega posible es que muchas personas dudaran en entrar a la sala pensando que estaban ante otro "quiero y no puedo" cuando estaban ante un sentido epitafio a los cuentos de hadas, con permiso de Kevin Lima y su película Encantada: La historia de Giselle (Enchanted, 2007), complementaria de la que nos ocupa e igualmente compleja. Mientras tanto, esperamos un nuevo giro. Demostrada la eficacia del equipo, esperemos que los manden en canoa por los rápidos para que nos demuestren de lo que son capaces, siempre que no se entrometa un directivo cuyo conocimiento del cine podría competir en pocas ocasiones con la imaginación y creatividad de cualquier dibujante.

1 comentario:

  1. Resurrección de disney y resurrección de Menken, espero que marque un punto de inflexión similar al de La sirenita en su día, los fan de la marca rezamos a Lasseter (es que soy ateo) que así sea

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